4.9.12

Premio Príncipe de Asturias de los Deportes: La muñeca chochona

Cualquier premio alcanza la dimensión que tienen aquellos que lo reciben. Esa es una máxima que se cumple en cualquiera que sea el galardón que se entregue, sea de ámbito internacional o de las fiestas del barrio. Premios son el Nobel de medicina y el del que consigue atrapar el cerdo engrasado en la romería del pueblo. La diferencia la marca el perfil del premiado, el mérito que le hace merecedor del reconocimiento, la proyección social del personaje y de su obra, la tradición del certamen, la relevancia de los premiados anteriores y de los candidatos que se quedaron en el camino para que el protagonista sea considerado especial entre los que son como él y digno de diferenciación. Eso es, en esencia, un premio.



No cabe duda de que los Premios Príncipe de Asturias son un acontecimiento de carácter mundial, que se han labrado un prestigio internacional a base de cuidar con esmero que se cumplan las premisas antes citadas. En categorías como la Cooperación Internacional, las Ciencias Sociales, la Investigación o la Concordia, por citar algunas, son reconocidos cada año en Oviedo auténticas eminencias en sus respectivos campos. Gente poco valorada en el escaparate social de los medios de comunicación de masas, ya que no les enfocan las luces de la fama o la banalidad. Personas que labran su genial trabajo en el silencio de un laboratorio, un despacho, una clase de universidad o, simplemente, delante de la injusticia, al lado de los que sufren y detrás de las cámaras que rara vez enfocan sus inigualables méritos.

En el extremo opuesto de estos grandes hombre y mujeres, se viene encontrando, en las últimas ediciones, el Premio Príncipe de Asturias en su categoría de Deportes. En sus veinticinco ediciones, han resultado premiados un total de once representantes del deporte español, bien de forma individual o colectiva. Entre todos los premiados, grandes figuras todos ellos, hay quienes se merecían con todos los honores esa distinción y a quienes les fue concedida de forma, al menos, prematura. No es lógico que en 2005 se le entregase el Premio a Fernando Alonso por haber conseguido su primer campeonato mundial de Fórmula1 y que Michael Schumacher, siete veces campeón del mundo, tuviese que esperar dos años más que el piloto ovetense. Igual que tampoco se nos debe escapar que a Miguel Induráin se lo dieron en 1992, cuando "solo" había ganado dos de los cinco Tour de Francia que atesora. O que el 2008 fuera galardonado Rafa Nadal por ganar la medalla de oro en la competición individual de tenis de los Juegos Olímpicos de Pekín, los mismos en los que Michael Phelps logró ocho oros y multitud de récords.

Precisamente Michael Phelps, cuatro años después, ha puesto un histórico broche final a su carrera deportiva en Londres al convertirse en el deportista más laureado de la historia de los Juegos. Era este, entonces, un momento ideal para reconocer la deslumbrante trayectoria del nadador americano como leyenda de la natación e icono del deporte mundial. Cuál es nuestra sorpresa cuando comprobamos que no ha estado ni siquiera nominado por el mero hecho de declinar desplazarse hasta Oviedo a recoger el premio. Si tenemos en cuenta que no existe la categoría de deportes en los Premios Nobel, el Príncipe de Asturias debería ser considerado el máximo reconocimiento a nivel mundial en deportes junto a los Premios Laureus. Y resulta que no lo son, porque los Laureus reconocen siempre a los más destacados deportistas del mundo y, rara vez, hay españoles entre ellos, nos guste más o menos. Como para haber 11 de 25.

El hecho de que la Fundación Príncipe de Asturias no entregue distinciones a aquellos que no quieran pisar el Teatro Campoamor de Oviedo en la ceremonia de entrega de los Premios, hace que la categoría de deportes se haya convertido en una subasta que suelen ganar los más cercanos, los que han oído de siempre hablar de ellos y los que reciben habitualmente más cobertura mediática en España. No en vano, muchos de los jurados del Premio son periodistas deportivos que suelen tener algún vínculo cercano con varios de los premiados. Eso hace que cada vez se parezca más a la tómbola donde toca la muñeca chochona en la que el deportista galardonado ha de sentirse inferior ante los demás premiados cuando son glosados los méritos de cada uno para estar allí.

Iker Casillas y Xavi Hernández forman una candidatura conjunta que ha resultado elegida entre los dos finalistas de la edición de este año junto al Comité Paralímpico. Los dos jugadores siempre han sido ejemplo de muchas cosas positivas a lo largo de su carrera deportiva. Eso ni lo niega ni lo duda nadie. Pero de ahí a merecer llevarse un Premio Príncipe de Asturias que ya recogieron como parte de la Selección española de fútbol que resultó premiada en 2010 tras ganar su primer Mundial de fútbol, dista un mundo. El jurado tiene ante sí una oportunidad de oro este miércoles para comenzar a dejar de hacer el ridículo con las designaciones de los premiados. Ya que no va a ser Phelps, que se vea reconocido el espíritu de superación y las lecciones vitales que cada día nos dan los deportistas paralímpicos. 

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