15.8.12

Odriozola, vete ya.

Los Juegos Olímpicos se componen de 37 deportes con un número total de disciplinas y pruebas mucho mayor. Los dos deportes que ofrecen el rango más amplio de pruebas son la natación y el atletismo. Éstos son, junto al baloncesto, los deportes estrella de cada cita olímpica. Son los que más espectadores llevan a las instalaciones donde se desarrollan, donde conseguir una entrada es tarea algo más que imposible, especialmente para los días señalados como los de las grandes gestas. Nombres como Phelps, Bolt, Rudisha, Mo Farah, Missy Franklin o Allyson Félix, por citar solamente a los grandes protagonistas de Londres '12, son los que trascienden más allá del tiempo, los que se asocian, muchos años después, a cada evento olímpico y por eso todo el mundo quiere estar en el momento y lugar indicados, donde y cuando se producen las grandes gestas olímpicas.


Y este año no ha sido menos. El problema es que España casi no ha estado allí. Con excepción de la gran actuación de Mireia Belmonte y la más que digna aparición de Ruth Beitia en sus últimos Juegos, no se han visto actuaciones destacadas de ningún español. Bueno, sí, la de las chicas de la natación sincronizada. Lo que pasa es que, si bien a nivel nacional les damos mucha importancia y reconocimiento por su indudable talento, esfuerzo y resultados, la cobertura mediática general es mucho menor. Los JJ.OO. los inicia la natación y, cuando ésta termina, empieza el atletismo, y también la sincro, pero las luces se han pasado ya de la piscina al tartán del estadio olímpico.

El caso del atletismo español es el de un grave problema que se ha ido enquistando desde hace unos cuantos años y que se ha terminado de reflejar en la cita londinense, en la que hemos vuelto, en cuanto a resultados, veinticuatro años atrás, igualando la marca de cuatro finalistas y ninguna medalla de Seúl '88. sin embargo, eso no es lo peor de todo. Lo más lamentable han sido las sensaciones; en concreto la sensación de que no hay presente ni futuro en el atletismo español de primer nivel. En los Juegos de Seúl se abría la esperanza de que, a cuatro años vista estaban los de Barcelona y había un plan prometedor con una generación de atletas a los que se apoyaba económica y deportivamente para lograr los resultados que terminarían por llegar.

En esta ocasión la perspectiva ante la cita de 2016 en Río de Janeiro es desoladora. Nuestros mejores atletas son nombres del pasado. La generación de Martín Fiz, Abel Antón, Fermín Cacho, Manolo Martínez y demás nombres ilustres, se cierra en estos Juegos de Londres con los Beitia, García Bragado o Marta Domínguez. Y no hay sucesores que nos hagan vislumbrar luz al final de un túnel que cada vez parece más angosto. Por el medio se han quedado nombres que prometían y no han llegado, otros manchados por la lacra del doping, todos ellos becados y que no han respondido a las expectativas.


Sería este un momento de sentarse, hacer limpia, sacrificar de antemano los resultados de Río '16 y pensar que podría haber unos juegos en Madrid en 2020, oportunidad que no se debería dejar escapar. Pero el clima que hay en torno al atletismo español es peor, incluso, que los resultados obtenidos. De eso se ha encargado el, aparentemente, eterno presidente Odriozola, cuyo único cometido conocido es el de salir a criticar a los atletas antes y después de europeos, mundiales, Juegos Olímpicos y toda cita importante que se precie. El mismo que es el primero en colarse en las fotos con los medallistas, es también el primero en aparecer en los medios criticando a unos y otras a la mínima oportunidad, de manera que la presión por los resultados recaiga de forma exclusiva en los atletas y no se nombre la pésima gestión federativa. 

Los resultados reales de la federación de atletismo de nuestro país no se limitan a un medallero vacío. Ése es el reflejo de la mala planificación, de la horrorosa gestión, del ambiente de crispación constante, de los casos de dopaje, del creciente número de atletas rebeldes. Y de todo ello, el máximo responsable es José María Odriozola quien, como responsable último que es, tiene que marcharse. Y si no se marcha, que lo echen. Los atletas que quieran a su deporte deben resistirse a dejar un legado sin futuro. Han de unirse, convencer a las federaciones autonómicas de que pierdan el miedo y retiren su apoyo a Odriozola y en la próxima asamblea federativa, den un vuelco a la situación del atletismo español. Solo de esa manera podremos volver a vibrar con nuestros atletas y a emocionarnos con el himno español en un estadio olímpico.    

  

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