13.8.12

Con sabor a victoria

Todos hemos oído alguna vez eso de que la medalla de plata es más amarga que la de bronce por aquello de que la plata llega tras una derrota en la final y el bronce se consigue venciendo en el último partido. Es otro de esos tópicos que acompañan al mundo del deporte. Uno de tantos.

Sin embargo, hay derrotas que saben a victoria. Y para el deporte español ha habido en estos Juegos de Londres dos ejemplos muy claros de ello. Por un lado, las chicas del equipo de waterpolo, debutantes en un torneo olímpico y con varias componentes del grupo que se proclamó recientemente campeón del mundo junior, que consiguieron alcanzar la final dando una lección de humildad, esfuerzo, ilusión y buen juego.



Por otro lado, los jugadores de la selección de baloncesto. Un grupo experimentado, una generación marcada por los éxitos conseguidos, por tener en sus filas a varios jugadores considerados entre los mejores del mundo, que han hecho de la humildad y la unión del vestuario las claves del éxito de un grupo que lo ha ganado casi todo.


Ellos tenían ante sí uno de los mayores retos de estos Juegos. Hacer frente a la incontestable superioridad estadounidense en baloncesto, tratar de derrotar a una pléyade de estrellas que se habían marcado como objetivo revalidar el oro conseguido en Pekín en una final antológica en la que España había sido el único equipo capaz de ponerles en apuros y exigirles dar el máximo de sí mismos para lograr la victoria.

El equipo de Scariolo está formado por jugadores de primer nivel, la mayoría de ellos con pasado, presente o futuro en la NBA. Llegaron a Londres con el cartel de únicos con opciones de lograr la victoria ante los americanos.

A lo largo del torneo dieron mucho que hablar la baja forma de algunos jugadores, la poca fluidez del juego español o la polémica por la derrota premeditada, o no, ante Brasil con el fin de evitar un posible cruce con EE. UU. en semifinales que les apartase de la gran final.

Con todo, llegó el partido esperado por todos, el de la ilusión. El de un equipo que parecía estar por debajo de su nivel contra el rodillo estadounidense. Y fue entonces cuando los españoles dieron su verdadera medida. Fue como su el torneo hubiera servido como preparación para un único partido, un todo o nada ante los americanos.

El Navarro de las grandes ocasiones, un Pau en su mejor versión, el habitual alley-oop de Sergio y Rudy, un Llull eléctrico, Ibaka intimidando como solo un NBA es capaz y todos arrimando el hombro y compitiendo. Creyeron en todo momento en la victoria y nos hicieron creer a los que los seguíamos por televisión.

El partido que todos soñábamos hace un mes era realidad. España estuvo muy cerca del oro olímpico y exigió a Durant, James y Bryant dar su máximo nivel y un poquito más para obtener la victoria. La generación de aquellos júniors de oro que tantas alegrías le han dado al baloncesto y al deporte español estuvieron a punto de lograr el mayor triunfo de la historia.

No han ganado el oro, pero esta plata sabe a victoria, a la grandeza de un equipo que pasará a la historia.

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